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Pueblos indígenas de Michoacán “dan la vuelta” al modelo depredaor y criminal del aguacate

  • Zitácuaro convirtió sus parcelas en huertas aguacateras, pero tocar al bosque está prohibido; los criminales no entran en la zona
  • En Nuevo San Juan Parangaricutiro el proceso comenzó desordenado, pero los aguacateros ya están sometidos a la comunalidad
  • Cherán es un modelo de comunidad indígena donde se optó por prohibir la siembra del aguacate y la tala del bosque

Agustín del Castillo

La expansión de la frontera agrícola del aguacate en México en los últimos 25 años, provocada por el espectacular auge a nivel mundial en el consumo de este fruto de origen mesoamericano, está llena de historias de éxito económico, ensombrecidas con casos de extorsión y lavado de dinero del crimen organizado, destrucción de bosques y desestructuración del tejido social de comunidades campesinas. Hay, no obstante, notables excepciones, que remiten al sitio de origen del boom de la especie Persea americana (Phillip Miller, 1768): el estado de Michoacán. Los pueblos indígenas son ese ejemplo.

Principal productor de la también conocida como palta o avocado, de esta entidad mexicana salen dos de cada tres aguacates del mercado mexicano, que a su vez aporta una de cada tres frutas del mercado mundial. Y mientras la expansión aguacatera alcanza más de 158 mil hectáreas (información del Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera, al año 2022), casi 40 mil de esa superficie (la cuarta parte) destruyó bosques naturales de pino y encino, y selvas caducifolias. Frente a la devastación, no obstante, se han ensayado respuestas.

Los tres tipos de ensayos sociales para evitar el daño ambiental y social del aguacate vienen de comunidades indígenas con un viejo historial de manejo comunitario de sus tierras: y van desde el control del daño consumado (Nuevo San Juan Parangaricutiro, etnia purépecha), al manejo preventivo para que no se invada el bosque y solo se transformen espacios agrícolas (municipio de Zitácuaro, etnias mazahua y otomí) hasta la total prohibición de este cultivo (Cherán, etnia purépecha).

EN LAS MONTAÑAS DE LA MONARCA

Mientras los espacios purépechas corresponden a una sola comunidad, y la política implantada tiene garantía por depender de una sola asamblea comunal, el caso de Zitácuaro es más complejo, porque al menos cinco comunidades diferentes han habilitado esfuerzos de control con éxito diverso, mientras otras comunidades vecinas se “infectan” lentamente al ver el éxito en la salvaguarda del bosque y el control de las huertas para generar un producto altamente rentable.

Zitácuaro es el caso menos difundido de estas alternativas. José Guadalupe Garduño, un líder dentro de la comunidad indígena de Carpinteros, habla de la liga alcanzada con otras cuatro comunidades indígenas para hacer posible un auge aguacatero controlado, donde por un lado, no se toque el bosque, valorado especialmente por dar agua y condiciones climáticas ideales para el cultivo de Persea americana, y por el otro, se mantenga “a raya” al crimen organizado, que en otras partes suele ser el extractor principal de rentas económicas, al grado de encarecer los productos y poner en riesgo la vida y la propiedad de los dueños de las huertas y sus familias.

“Yo creo que 60% de los comuneros tienen aguacate. Y el bosque importa porque con lo fresco de los árboles y el el clima, los aguacates se hidratan y es por eso que a lo mejor nos aguanta el aguacatito ahí en el árbol. No hay casi riego; son tierras muy húmedas […] más o menos por hectárea de huerta se producen entre 15 y 25 toneladas, aunque se puede llegar a 35 toneladas al año, si hay humedad y se combina con los buenos suelos”, refiere el comunero.

Quienes no tiene aguacate pueden tener otros productos aptos, como el durazno e incluso el maíz. Pero en su gran mayoría, se trata de migrantes a las ciudades y hacia Estados Unidos. “Ellos se han quedado allá, les va bien, y mandan su dinerito a sus familiares para hacer sus casas, para mejorar sus predios”. La combinación hace posible que más de 90 por ciento de la población de Carpintero viva bien, “sin mucho lujo, pero muy decentemente”.

En contraste con comunidades campesinas de todo Michoacán, el “oro verde” no ha sido una condena. “Gracias a Dios toda la gente se ha ayudado con los aguacates porque antes, cuando sembraban maíz, cuando sembraban trigo, las ganancias eran mínimas, y ahora toda la gente que que ha trabajado sus suelos, sus tierras, sí se ha ayudado mucho. Quién no posee una huerta, tiene trabajo seguro, porque nos gusta que sea gente del pueblo la que trabaje, no foráneos”, añade Guadalupe.

pueblos indígenas aguacate

El lado más milagroso de Carpinteros es que este auge no ha implicado derribar un solo árbol. La contención de la frontera agrícola a costa del bosque se había logrado muchos años antes, y la base es una fuerte gobernanza; esto es, el tejido comunitario, fortalecido tras siglos de ejercicio ha llevado a una sólida cultura política que legitima las decisiones tomadas por la asamblea comunal, la máxima autoridad interna, explica el académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y activista social de la región, Ysmael Venegas Pérez.

El municipio de Zitácuaro se localiza en la parte más oriental del estado de Michoacán y del su “cinturón aguacatero”. Tiene 51,412 hectáreas de superficie y está habitado por 157,056 personas, dos tercios de las cuales viven por debajo de la línea de pobreza. “La población en situación de pobreza incluye principalmente a los pueblos indígenas mazahua y otomí, quienes representan 6% de la población total y viven en 11 comunidades indígenas, Junto con 28 ejidos, otro tipo de comunidad campesina (cuya característica es haberse creado hace tres o cuatro generaciones), las comunidades indígenas poseen más del 70% del territorio municipal”, señala una investigación sobre la experiencia de sustentabilidad en el lado michoacano de la reserva de la biosfera Mariposa Monarca, encabezada por la académica Isabel Ramírez, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Carpinteros es en realidad un espacio pequeño. De 958 hectáreas totales, apenas posee 200 hectáreas agrícolas donde el aguacate, mayoritario, coexiste con otros cultivos, mientras más de 700 hectáreas son bosque templado cuyo aprovechamiento se limita al autoconsumo de los poblados, mediante estricta regulación de la asamblea. Se trata de huertas pequeñas, que pueden ir de media hectárea a cuatro, y cuya rentabilidad solo se explica por el enorme volumen de negocios que significa el aguacate.

El bosque recibe algunos subsidios: Guadalupe Garduño estima que se les dan unos 300 pesos por hectárea de parte del Fondo Monarca, que los programas de la Comisión Nacional Forestal pueden dar otro tanto, y que tiene la esperanza de obtener más recursos de fondos internacionales de carbono. Pero el contraste con la rentabilidad de una hectárea de aguacate es abismal: 300 mil pesos anuales en promedio. Esto resalta el valor del acuerdo interno para proteger el bosque, implica mantener bajo control la avidez de ganancias, subraya Ismael Venegas Pérez.

En esencia, de eso trata el tema, lo que distingue a las comunidades indígenas de la zona de Monarca de otras regiones de Michoacán: “el valor excepcional es ese modelo de gobernanza, es el cimiento para lograr todo lo demás”, agrega.

Las otras cuatro comunidades que trabajan procesos similares a Carpinteros colindan entre sí en la zona de influencia y dentro de la misma reserva de Mariposa Monarca, una de las áreas naturales protegidas más icónicas de México, a donde llega cada invierno en oleadas masivas un insecto lepidóptero, Danaus plexippus, proveniente de los grandes lagos de América del Norte para hibernar en sus bosques de oyamel o abeto (Abies religiosa), migración para la que la conservación de estos bosques es fundamental. La investigadora Isabel Ramírez señala que con las diferentes soluciones en el manejo del territorio de comunidades, ejidos y pequeñas propiedades, la deforestación del pasado está casi contenida. Pero la virtuosa fórmula de las cinco comunidades indígenas (Carpinteros, Curungueo, Donaciano Ojeda, Francisco Serrato y Cresencio Morales) viene a ser las joyas de la corona.

Al tema de cómo evitar que la potente economía del aguacate devaste los recursos naturales, se le debe agregar la baja toxicidad del paquete tecnológico que aplican los comuneros para obtener huertas sanas y productivas. “Muy poco usan herbicidas y agroquímicos fuertes; la mayoría estamos por los controles biológicos, y nos ha salido muy bien”, repone Guadalupe Garduño. Esto deriva en que el agua, el recurso más preciado, tenga bajos rastros de contaminación. Las comunidades prosperan en paz y solamente no mejora su estilo de vida “el que está a gusto viviendo mal”, sostiene el campesino. Pero hay un tercer elemento de la fórmula de éxito en torno al aguacate: el crimen no es bienvenido en ninguna de las cinco comunidades, destaca Garduño.

– ¿Cómo han logrado la paz, mientra sen casi todas las regiones productoras de aguacate hay violencia y el crimen cobra rentas a los productores?

– Pues que aquí nos unimos las cinco comunidades; hace como 3 o 4 años tuvimos un enfrentamiento con esas gentes, muy fuerte, pero ya después, al ver nuestra decisión en defender lo nuestro, no se meten con nosotros; saben que las comunidades, estando unidas, siempre se protegen más; en cambio, si ven una comunidad muy débil, pues la atacan y la agreden. Y gracias a Dios es lo que nos ha funcionado; yo creo que también nos ha ayudado mucho la zona geográfica donde estamos ubicados, porque si entran, no tienen manera de salir, no hay muchos caminos, y eso hace más fácil la vigilancia. Cuando surge un problema, todos nos comunicamos con radio, y no es fácil enfrentarse a 300 o 400 personas que acuden al llamado.

Carpinteros tiene un modelo de autogobierno: recibe recursos públicos y su asamblea decide cómo aplicarlos. También destina a infraestructura, educación y salud, los recursos que se aportan de la conservación forestal. El logro principal es que la potente economía del aguacate, que en todas partes provoca caos y crisis de gobernabilidad, aquí ha sido, hasta ahora, amansada por la fuerte cultura comunitaria.

A LA SOMBRA DEL VOLCÁN

Nuevo San Juan Parangaricutiro es una de las comunidades forestales modelo en México. Su fuerte tejido comunitario le ha permitido sobrevivir a los embates criminales, y de hecho, sobresale en medio de la violencia de las tierras frías que van de Tancítaro a Uruapan, la región donde nació el boom del aguacate en México y que actualmente es escenario de la guerra entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y los cárteles unidos de Michoacán.

“Esta comunidad ha vivido muchas complejidades, que le han permitido fortalecer su esquema de organización; la primera complicación grande fue la erupción del Paricutín, en 1943; hubo que moverse y construir un nuevo centro de población, la gente se quedó sin trabajo, sin casa y sin posibilidades de desarrollo económico para sus familias, pues las tierras productivas quedaron bajo la ceniza o la lava y no se le daba valor al bosque; esto provocó emigración a otros estados, pero sobre todo a Estados Unidos”, señala el comunero Héctor Andrés Anguiano Cuara.

En 1949, las autoridades tradicionales y sus abogados hacen la solicitud al gobierno mexicano para el proceso de reconocimiento y titulación de los bienes comunales, procedimiento que sólo culminó en 1991. Pero en esas complicadas cuatro décadas de gestiones, se tenía la posesión de la tierra y se fundó el nuevo poblado, además de asentarse con diversos proyectos la cultura forestal.

La fuerte cultura comunitaria permitió levantar empresas que cubre todo el proceso de aprovechamiento del bosque: desde la corta, la venta de madera en rollo, la elaboración de muebles, la elaboración de artículos de limpieza con la resina de pino, el agua embotellada, hasta tareas tan diversas para la comunidad como una empresa de televisión por cable y una de transporte público. Nuevo San Juan aprovecha alrededor de 65 mil metros cúbicos de madera por año y una presencia dominante en los mercados de Ciudad de México, Guadalajara, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Veracruz, Puebla y Chihuahua.

Volcán Paricutín, Nuevo San Juan Parangaricutiro

Así, ha crecido sostenidamente en su capital humano: en 1990, según el INEGI, , apenas 4.9 por ciento de la población había superado la educación primaria. En 2020, las cifras de la comunidad señalan que de cada seis familias, cinco tienen al menos un hijo con estudios universitarios terminados o en proceso. Esto genera una salida constante de profesionales por trabajos o por estudios, pero la diversificación de estudios y oficios es una ventaja competitiva. Se tienen desde maestros, abogados y contadores hasta ingenieros de las más diversas ramas y especialistas en negocios. La comunidad es espacio de prácticas para la escuela de Escuela de Guardas Forestales de Uruapan y tiene nexos también con la facultad de Agrobiología enclavada en la misma ciudad.

En ese contexto llegó el auge del aguacate. Muchos comuneros decidieron sembrar el avocado, pero mientras fue sobre viejas tierras de cultivo, no era necesario consultar a la asamblea, como pasó en Carpinteros. El problema es que comenzaron a pasarse al bosque. El comunero Gregorio Anguiano señala que la frontera agrícola creció de 2,200 a 2,500 hectáreas, por lo que fue necesario intervenir para imponer el orden.

“Fue un proceso gradual, desde hace quince o 20 años, motivado por las grandes ganancias que deja el aguacate; es una presión enorme la que tenemos con comuneros, con posesionarios, porque es un tema económico”. Para entenderlo con pesos y centavos: mientras una hectárea de bosque aprovechado da una utilidad de 60 mil a 80 mil pesos cada 10 años (de tres mil a cuatro mil dólares), la hectárea de aguacate arroja 300 mil pesos (15 mil dólares) por año. Hasta 40 tantos más de ganancia, advierte el campesino.

“No es sencillo pero estamos trabajando por ofrecer a los posesionarios estímulos, bajo la lógica de que el aguacate va a dar ganancias extraordinarias unos años, pero el bosque nos mantiene siempre si lo conservamos y lo manejamos bien”, agrega. Nuevo San Juan Parangaricutiro se mantiene como una de las principales empresas forestales de México.

CHERÁN, LOS QUE DIJERON QUE NO

Cherán, enclavado en la meseta Purépecha a menos de 40 kilómetros al norte de Uruapan, es un caso emblemático a nivel nacional de cómo enfrentar los intereses criminales y económicos que arrastran consigo el modelo aguacate.

José Merced Velázquez Pañeda, Tata Meché, cronista e ideólogo de esta comunalidad que en 2011 derrotó los intereses de la mafia que hoy llena de sangre y violencia los alrededores, destaca que una vez que se armaron de valor para hacer frente a los talamontes armados, no volvieron a encontrarlos adentro de sus bosques.

“Del año 2008 a abril de 2011, la comunidad purépecha de Cherán, ubicada en la sierra purépecha de Michoacán (México), fue copada por el capital narcotraficante hasta volver imposible la vida en el casco urbano y devastar más de la mitad de sus bosques. En tan solo tres años, Cherán se vio asediada no sólo en su bosque, por la deforestación, sino también en sus calles y negocios, por bandas armadas, cobros de piso, extorsiones, desapariciones, asesinatos, toques de queda tácitos, desgarramiento del tejido social; en pocas palabras, la dislocación de la vida”, señalan el investigador Paulino Alvarado Pizaña, de la UNAM.

– ¿Cómo Cherán ha logrado ser esta especie de pasaje excepcional en un Michoacán presa de la violencia, de la deforestación, de los abusos económicos, de los intereses del crimen?, se le pregunta a Tata Meché.

– Es resultado sobre todo, de nuestra unidad. Estamos unidos, somos un solo pueblo, somos una sola comunidad. Si hay alguien que tenga una diferencia, puede ser, pero actualmente, en esta etapa, todos coincidimos en que debemos recuperar la comunalidad como forma de vida heredada de nuestros antepasados.

– En 2011 ustedes plantearon una respuesta a un desafío que se dio desde afuera, una agresión que se quiso dar contra la comunidad, que había prosperado en otras comunidades y ejidos de la meseta. ¿Cómo fue esa agresión, cómo llegaron los fuereños que querían apoderarse del pueblo, de las tierras, de los bosques, y cómo ustedes reaccionan?

– Ellos ya desde hace unos 20 o 25 años, ya tenían injerencia gradual en la comunidad; o sea, venían así como de a poquito, a devastar, tomando acuerdos a veces con personas que no tenían la autorización para cortar el bosque; pero esto se recrudeció hace 15 años, al grado de que en vísperas de 2011, entraban ya como a su casa. Pasaban por nuestra comunidad con sus carros, fuertemente armados, para bajar los trozos de bosque, o de pino, que ya tenían cortados. Nos faltaban al respeto. No nos preguntaban, ni pedían autorización ni nada, agredían a las mujeres. Y entonces eso fue lo que hartó a los que somos de Cherán. Y fueron las mujeres las que, en este caso, en este levantamiento, las que se llenaron de valentía, las que se llenaron de decisión, y dijeron: hasta aquí. Y fue una madrugada del 15 de abril del año 2011, cuando Cherán escribió su nueva historia.

Y narra: “A partir de ese día, a las 5 de la mañana. Se tocaron las campanas, esa fue la señal. Se acudió a los puntos estratégicos, donde ya las señoras habían organizado, dónde iban a la bajada de los malosos, que ya pasaban con una serie de vehículos cargados con pinos: ya se tenían los puntos exactos donde se les iba a detener. Y así fue, se les detuvo, se les bajaron sus trozos, sus vehículos se les detuvieron, se les decomisaron…”.

De nuevo, como en los pueblos indígenas de Zitácuaro, la unidad y el valor de ciudadanos comunes hizo imposible a los intereses de las mafias de talamontes mantener su actividad al interior de la comunidad. Han pasado 14 años, y se ha mantenido el respecto a la decisión del pueblo, que constituyó un gobierno autónomo que ha inspirado a muchas comunidades de Michoacán y el país. Pero los intereses de los viejos extractores de madera han volteado al aguacate, y a la promesa de ganancias por el “oro verde”.

“Ya no vienen con armas, y quieren convencer a algunas personas de la comunidad. Pero eso no se ha dado, no es algo que nos preocupe, porque aquí hay una determinación de la comunidad de que no se permitirá el sembradío de aguacate, que no habrá cambio de uso de suelo, eso está muy estricto aquí en Cherán y todos lo respetamos”. De este modo, la gobernanza ha sido la respuesta.

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