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Diferencia entre resignación y aceptación

Por: Josman Espinosa Gómez

En la vida cotidiana enfrentamos situaciones que están fuera de nuestro control: pérdidas, cambios inesperados, conflictos y retos que pueden alterar nuestra estabilidad emocional. Frente a estas circunstancias, dos términos suelen emerger en el lenguaje popular y en la reflexión personal: la resignación y la aceptación. Aunque a primera vista parecen conceptos similares, en realidad poseen diferencias profundas tanto en su significado como en sus implicaciones psicológicas y emocionales.

La resignación, a menudo, se asocia con una sensación de impotencia, una capitulación ante lo inevitable que puede llevar a la inacción o al sufrimiento silencioso. Por otro lado, la aceptación es un proceso activo y consciente que implica reconocer la realidad tal como es, pero desde una postura de aprendizaje y adaptación. Comprender esta diferencia no solo es fundamental para el bienestar emocional, sino también para el desarrollo de una vida más plena y auténtica.

En esta columna, exploraremos las raíces conceptuales y emocionales de la resignación y la aceptación, sus impactos en la salud mental, y cómo aprender a distinguir y practicar la aceptación puede transformar nuestra manera de relacionarnos con los desafíos de la vida.

Raíces conceptuales: ¿Qué significa resignarse? ¿Qué implica aceptar?

Desde un enfoque etimológico, la palabra “resignación” proviene del latín resignare, que significa “renunciar” o “ceder”. En un contexto psicológico y emocional, la resignación puede describirse como un estado en el que la persona renuncia a cambiar o mejorar una situación, adoptando una postura pasiva que suele ir acompañada de frustración, tristeza o incluso desesperanza. En este sentido, la resignación es más una reacción que una decisión, y con frecuencia, genera una sensación de derrota interna.

Por otro lado, la “aceptación” deriva del latín acceptare, que significa “recibir algo de buen grado”. En términos prácticos, aceptar implica reconocer y enfrentar la realidad sin intentar negarla ni evitarla, pero desde una posición de agencia. Aceptar no es sinónimo de conformarse, sino de comprender que algunas cosas están fuera de nuestro control, mientras que otras dependen de nuestra respuesta y capacidad de acción.

La diferencia fundamental radica en la actitud: mientras que la resignación es pasiva y frecuentemente está cargada de emociones negativas, la aceptación es activa y promueve un estado emocional más equilibrado y positivo.

Impactos psicológicos de la resignación

La resignación, al implicar una rendición emocional, puede tener consecuencias significativas en la salud mental. Las personas que adoptan una postura resignada suelen experimentar sentimientos de inutilidad o desamparo, lo que puede derivar en estados de ansiedad o depresión. Según la teoría de la indefensión aprendida, desarrollada por el psicólogo Martin Seligman, cuando un individuo percibe que no tiene control sobre los eventos de su vida, es más propenso a caer en patrones de apatía y desesperanza.

Además, la resignación puede inhibir el crecimiento personal. Al evitar enfrentar una situación de manera proactiva, la persona limita sus oportunidades de aprendizaje y adaptación, lo que perpetúa un ciclo de insatisfacción y estancamiento.

La aceptación como herramienta de crecimiento

La aceptación, en cambio, es un componente esencial de enfoques terapéuticos como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas en inglés). Esta modalidad terapéutica enfatiza la importancia de aceptar los pensamientos y emociones tal como son, sin intentar suprimirlos o alterarlos, para luego comprometerse con acciones alineadas con los valores personales.

Aceptar no significa ignorar el dolor o la dificultad, sino enfrentarlos con una actitud de apertura y curiosidad. Por ejemplo, aceptar una pérdida no implica olvidar o minimizar su impacto, sino integrar esa experiencia como parte de la narrativa personal, permitiendo que coexista con otras emociones y experiencias de vida.

Desde una perspectiva filosófica, la aceptación también se relaciona con el estoicismo, una corriente que promueve la idea de centrarse en lo que podemos controlar y dejar de lado lo que está fuera de nuestro alcance. Esta postura no solo reduce el estrés innecesario, sino que también fomenta la resiliencia y el empoderamiento personal.

Resignación y aceptación en contextos específicos

  1. Pérdidas personales: La resignación frente a la muerte de un ser querido puede manifestarse como una negación prolongada o una incapacidad de encontrar sentido a la vida después de la pérdida. En cambio, la aceptación permite honrar el vínculo perdido mientras se construye un nuevo sentido de propósito.
  2. Cambios inevitables: Ante eventos como el envejecimiento, una enfermedad crónica o un despido laboral, la resignación lleva al aislamiento o a la desesperanza, mientras que la aceptación abre la puerta a nuevas formas de adaptación y aprendizaje.
  3. Relaciones interpersonales: En conflictos familiares o de pareja, la resignación puede alimentar resentimientos y distanciamiento emocional. Por el contrario, la aceptación ayuda a reconocer las diferencias y buscar soluciones basadas en la comprensión mutua.

Conclusión

Distinguir entre resignación y aceptación es fundamental para afrontar los desafíos de la vida con mayor sabiduría y bienestar. Mientras que la resignación representa una renuncia que limita el crecimiento personal y perpetúa el sufrimiento, la aceptación es un acto de valentía que nos invita a convivir con lo que no podemos cambiar y a trabajar en lo que sí está en nuestras manos.

Adoptar una postura de aceptación no significa eliminar el dolor o las dificultades, sino transformarlas en oportunidades para crecer y fortalecer nuestra resiliencia emocional. En última instancia, aceptar es un acto de amor propio, un compromiso con vivir plenamente a pesar de las inevitables imperfecciones de la vida.

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